Tíbet
Pocos países necesitan tan poca presentación como Tíbet, siendo a la vez tan desconocido. El aislamiento que le otorgaba su inhóspita orografía, las infinitas magnitudes de sus paisajes y la genuina cultura de sus escasos habitantes siempre infundieron en él un particular halo de misterio. Y los relatos que sobre este altiplano escribieron sus contados visitantes parecían evocar que, ciertamente, allí hubiera otro mundo.
Tíbet es tierra de monasterios tan grandes que parecen ciudades, de monjes en hábito granate entonando mantras bajo terroríficas deidades, de fortalezas inexpugnables, de hombres de largas melenas y pendientes turquesa, de molinillos de oración que nunca cesan de girar, de pastores seminómadas, de paisajes dramáticos en los que caben lagos de hipnótico azul, kilométricas llanuras y hasta la montaña más alta del planeta. No sabemos si entonces allí habría otro mundo o no, pero podemos asegurar que hoy su magia sigue estando muy viva.